¡El sicario de Miguel Uribe habla y lanza la bomba! “¿Un alto funcionario implicado? Claro, porque en Colombia la corrupción siempre tiene rostro invisible…”
En un giro inesperado que ha estremecido al país, el joven sicario que asesinó al senador Miguel Uribe Turbay ha decidido romper su silencio tras dos meses de prisión preventiva.
Lo que comenzó como la historia de un muchacho perdido y manipulado por las sombras del crimen organizado, se transformó en una confesión explosiva que apunta hacia lo más alto del poder colombiano.
El relato comenzó con su reclutamiento en los barrios marginales de Colombia, donde la pobreza y la desesperanza lo convirtieron en una pieza vulnerable para las redes criminales.
“Yo no era más que un muchacho perdido”, confesó, describiendo cómo un intermediario le ofreció dinero, protección y una salida de la miseria, siempre con la condición de obedecer sin preguntar.
Lo que inicialmente creyó un encargo local pronto reveló ser parte de una maquinaria mucho más compleja y transnacional.
El sicario narró cómo escuchó rumores sobre reuniones clandestinas en Manta, Ecuador, un puerto que se convirtió en el epicentro de acuerdos oscuros y donde se cerró la cadena que lo llevó a ejecutar el asesinato.
“Allí comprendí que yo solo era una pieza en un tablero que no entendía”, afirmó con una frialdad que heló la sangre de quienes escuchaban.
La bomba llegó cuando insinuó la participación de un alto funcionario colombiano en esos mismos días y en ese mismo lugar.
Aunque no dio nombres, su declaración fue clara: “Un alto dirigente estuvo aquí, vino a cerrar un pacto.”
La coincidencia con el viaje oficial del entonces presidente Gustavo Petro a Ecuador, específicamente a Manta, despertó sospechas y abrió un abanico de preguntas que nadie esperaba.
El joven sicario describió cómo fue entrenado para convertirse en una máquina de matar, desconectando sus emociones y aprendiendo a obedecer sin cuestionar.
Pero lo más perturbador fue su revelación sobre la manipulación emocional: “Me hicieron sentir que era necesario, que mi vida sin rumbo ahora tenía un propósito. Me engañaron con palabras, pero en realidad me estaban comprando el alma.”
Su testimonio no solo expone la brutalidad del crimen, sino el entramado de intereses políticos y criminales que se entrelazan en una red oscura que trasciende fronteras.
“Los hilos se movían desde lugares tan altos que parecía imposible señalarlos”, afirmó.
Manta, lejos de ser un simple puerto, se convirtió en un símbolo de conspiración y poder oculto.
Al describir las conversaciones que escuchó, mencionó nombres en clave, acuerdos secretos y la presencia de hombres de traje impecable que nunca tocaban un arma, pero tenían el poder de decidir quién vivía y quién desaparecía.
“Yo solo era la mano ejecutora, pero la cabeza sigue intacta”, confesó con voz quebrada.
La tensión en la sala era palpable.
Periodistas y autoridades contenían la respiración ante la magnitud de las revelaciones.
Sin embargo, las autoridades intentaron minimizar el impacto, calificándolo de desesperado y confuso.
Pero la precisión en fechas, lugares y detalles hacía imposible ignorar la verdad detrás de sus palabras.
El sicario admitió que no posee pruebas escritas, solo testimonios y vivencias, pero advirtió que si algo le ocurriera, su declaración sería la evidencia de que habló la verdad.
“Nadie me va a perdonar que haya abierto la boca”, dijo, consciente del peligro que enfrentaba.
El relato finalizó con una frase que resonó como un eco sombrío: “Lo que ustedes creen que es casualidad, yo lo viví como destino.”
La coincidencia entre el viaje presidencial a Ecuador y los movimientos en Manta no era azar, sino la prueba de una red que manipula desde las sombras.
Esta confesión no solo abre un nuevo capítulo en la investigación del asesinato de Miguel Uribe, sino que también pone en jaque a las estructuras de poder que operan impunemente.
La sombra de la corrupción y la impunidad se extiende más allá de las fronteras, utilizando a los más vulnerables como piezas descartables en un juego macabro.
Mientras el país debate sobre la veracidad y las implicaciones de estas declaraciones, la familia de Miguel Uribe y la sociedad colombiana exigen respuestas claras y justicia.
Porque detrás de la muerte de un líder, se esconde un entramado de intereses que solo ahora comienza a ser desenmascarado.
La historia continúa, y la verdad, aunque oculta, empieza a asomar entre las grietas del poder.
El sicario habló, lanzó la bomba y ahora el país debe decidir si está dispuesto a enfrentar la realidad o seguir permitiendo que los fantasmas del poder sigan moviendo las piezas desde las sombras.