¡Caos en el velorio! El padre de Débora Estrella se niega a aceptar la muerte y desata un drama incontrolable: ‘¡Ella está viva, no me engañen!’
La funeraria donde se velaba a Débora Estrella estaba impregnada de un silencio respetuoso, roto solo por los sollozos y rezos de familiares y amigos que lloraban la partida de la querida presentadora.
El ataúd, cubierto de flores blancas, reposaba en el centro de la sala, símbolo de una despedida dolorosa e irremediable.
Pero en medio de la tristeza colectiva, una figura destacaba por su actitud desconcertante: el padre de Débora.
Con el rostro desencajado y una mirada perdida, parecía haberse desconectado de la realidad que lo rodeaba.
Mientras la madre buscaba consuelo entre familiares, él permanecía rígido, murmurando una y otra vez que aquello no podía estar ocurriendo.
“No es ella, no puede ser mi Débora”, repetía con voz quebrada y temblorosa.
Sus palabras helaban la sangre de quienes las escuchaban, dejando claro que no estaba dispuesto a aceptar la verdad.
Para él, el cuerpo en el ataúd era un error, una cruel mentira que no podía aceptar.
El momento más impactante llegó cuando interrumpió al sacerdote durante las oraciones, gritando con furia: “No recen por ella porque está viva, no está aquí dentro.”
El silencio sepulcral que siguió fue estremecedor, todas las miradas se posaron en él, sin saber cómo reaccionar ante esa negación tan profunda.
El padre continuó afirmando que su hija entraría por la puerta en cualquier momento, que la vería sonreír de nuevo.
Su convicción era tan intensa que parecía desafiar la muerte misma.
Una lágrima solitaria rodó por su mejilla mientras sus manos temblaban, mostrando la fragilidad de un hombre roto por el dolor.
El ambiente se volvió cada vez más tenso.
Mientras la mayoría aceptaba la pérdida, él se aferraba a una esperanza imposible, negándose a despedirse.
Cuando llegó el momento de acercarse al ataúd, en un acto que dejó paralizados a todos, el padre levantó la mano en señal de rechazo y gritó: “No, yo no voy a despedirme porque ella no se ha ido.”
Los familiares intentaron persuadirlo, pero su negación era firme.
“Mi hija no está aquí. No me pidan que acepte esta mentira”, murmuraba, desgarrando los corazones de quienes lo escuchaban.
Su rechazo se convirtió en el centro de la escena, y el velorio perdió la solemnidad para convertirse en un caos emocional.
De repente, en un arranque desesperado, el padre corrió hacia el ataúd e intentó abrirlo, golpeando la madera mientras gritaba: “Déjenme verla, está viva. Yo lo sé. No me engañen.”
La escena paralizó a todos los presentes, que no sabían si intervenir o quedarse inmóviles ante aquel drama.
Dos hermanos y un sobrino lograron sujetarlo, evitando que lograra su objetivo.
El forcejeo fue intenso, mientras el hombre lloraba y gritaba, aferrado a la ilusión de que su hija seguía viva.
Su esposa, devastada, apenas podía mantenerse en pie, y la madre de Débora lloraba desconsolada ante la lucha de su esposo contra la realidad.
El caos se apoderó de la sala.
Los rezos se interrumpieron y el ambiente se llenó de desesperación y miedo.
Algunos pedían ayuda médica, temiendo que el padre sufriera un colapso.
Lo que debía ser un momento de despedida se convirtió en un enfrentamiento entre la esperanza y la crueldad de la muerte.
Finalmente, agotado y derrotado, el hombre cayó de rodillas frente al ataúd, sus manos temblorosas apoyadas en la madera.
Con la voz rota, murmuró: “No puedo enterrarte porque nunca aceptaré que te has ido.”
El silencio posterior fue tan denso que parecía envolver a todos en una tristeza infinita.
Nadie se atrevió a romper ese momento.
Algunos bajaron la mirada, otros cerraron los ojos para contener las lágrimas.
La madre de Débora, apoyada en familiares, lloraba en silencio, mientras el padre continuaba balbuceando frases entre gemidos, acariciando el ataúd como si pudiera devolver la vida a su hija.
El sacerdote, conmovido, intentó acercarse para consolarlo, pero se detuvo, comprendiendo que no existían palabras capaces de aliviar un dolor tan profundo.
La impotencia se apoderó de todos los presentes, quienes quedaron suspendidos en un instante que parecía eterno.
Cuando finalmente los familiares lograron levantar al padre, él se resistía a separarse del ataúd, como si aceptar la muerte fuera renunciar a su amor y a la esperanza.
La escena quedó grabada en la memoria de todos: un hombre derrotado por la vida, pero fiel a un amor que desafía incluso a la muerte.
El velorio terminó con un silencio estremecedor, un recordatorio de que el dolor de una pérdida así no desaparece con el entierro, sino que vive en cada recuerdo y en cada ausencia.
Ese día no solo se despidió a Débora Estrella, sino que también se fue testigo del amor inquebrantable y desesperado de un padre.
¿Crees que algún padre puede aceptar la pérdida de un hijo o es un dolor que nunca termina?
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