Pocas veces un actor conocido por su carácter fuerte y su entrenamiento militar confiesa haber sentido verdadero terror.
Jorge Luke, reconocido por sus papeles de militares y revolucionarios en el cine mexicano, reveló en una entrevista nunca transmitida en 1992 una experiencia que marcó su vida para siempre.
Lo que vio en la casa de Irma Serrano, la legendaria “Tigresa”, lo hizo huir despavorido, temblando y con los nudillos sangrando.
Esta historia no solo desvela un episodio oscuro en la vida de ambos artistas, sino que también abre la puerta a un mundo de rumores, leyendas y misterios que rodean a una de las figuras más enigmáticas del espectáculo mexicano.
Jorge Luke comenzó su carrera en el cine mexicano en la década de los setenta, destacando por su físico imponente y su actitud ruda, ideal para papeles de militares y revolucionarios.
Sin embargo, detrás de esa fachada dura existía un hombre tranquilo, casi místico, que jamás imaginó que una invitación de su entonces amante, Irma Serrano, lo confrontaría con algo mucho más allá de la realidad cotidiana.
Irma Serrano, conocida como “La Tigresa”, es una figura emblemática y controvertida en México.
Actriz, cantante y política, su vida ha estado rodeada de rumores sobre prácticas ocultas y contactos con lo sobrenatural.
Aunque nunca confirmó ni negó tales historias, su reputación como alguien que se relacionaba con fuerzas oscuras la precedía.
Era 1975 cuando Jorge Luke recibió una invitación de Irma para ir a su casa en San Ángel, en la Ciudad de México.
No se trataba de un encuentro común para ensayar o leer un guion, sino de una cita íntima, aunque con un aura inquietante.
La casa, una enorme construcción colonial con columnas y vitrales oscuros, tenía un portón negro sin timbre, ubicada en una zona silenciosa que ya de por sí generaba un ambiente de misterio.
Al llegar, Jorge sintió desde el primer momento que algo no estaba bien.
“Es como si la casa me respirara encima”, confesó años después.
Irma lo recibió vestida con una bata de terciopelo rojo, maquillada y perfumada con un aroma denso y dulce.
Le pidió que dejara sus zapatos en la entrada, advirtiéndole que había reglas en ese lugar y que debía respetar “a él”, sin especificar a quién se refería.
La cena transcurrió en un ambiente tenso, no por las palabras, sino por los objetos que rodeaban la mesa: tres velas negras encendidas, un espejo cubierto con tela roja, una figura extraña cubierta con una sábana en una esquina y un cuenco con un líquido que parecía sangre seca.
Jorge intentó bromear sobre lo gótico de la escena, pero Irma respondió con seriedad que él no estaba ahí para jugar y que había una razón para su presencia.
Después de la cena, Irma lo condujo a la sala, donde detrás de una cortina negra mostró un pequeño altar.
Encendió una lámpara de aceite con forma de cabra, y Jorge describió la figura central como algo con cuernos, más antiguo y siniestro que cualquier símbolo conocido.
Aseguró que la estatua parecía moverse por sí sola y que la atmósfera se volvió pesada, con luces temblorosas.
Lo más impactante llegó cuando Irma comenzó a cantar en un idioma desconocido para Jorge, con una voz que parecía cambiar, como si otra garganta hablara desde dentro.
Fue entonces cuando, desde una esquina vacía de la sala, emergió una figura aterradora: alta, encorvada, con piel tan oscura que absorbía la luz, ojos rojos como brasas, cuernos y una sonrisa burlona y desproporcionada.
Jorge quedó paralizado, incapaz de reaccionar, mientras Irma le decía que no tuviera miedo, pues “él” solo quería conocerlo.
Fue en ese momento cuando el actor, a pesar de su entrenamiento militar y experiencia en artes marciales, huyó corriendo hacia la puerta, golpeando el portón con los nudillos descalzos hasta sangrar.
Irma no intentó detenerlo, solo sonrió desde el umbral y le advirtió que al mirar el altar había invitado a “él” y que ahora sabría dónde encontrarlo.
Jorge Luke se marchó temblando, cambió su número telefónico, se mudó temporalmente y durante años durmió con las luces encendidas, según reveló un maquillista que trabajó con él en 1982.
La experiencia dejó secuelas profundas.
Jorge sufrió pesadillas recurrentes con figuras con cuernos, escuchaba golpes en las paredes y veía sombras inexplicables en sus camerinos.
Además, cada vez que mencionaba el episodio, aparatos electrónicos se descomponían misteriosamente.
Aunque continuó trabajando, empezó a rechazar proyectos relacionados con rituales o terror, afirmando que “con eso no juega”.
Irma Serrano nunca habló públicamente sobre este episodio, pero quienes la conocieron aseguran que en su casa se realizaban reuniones extrañas, a las que solo asistían hombres jóvenes, músicos y actores, y que nadie permanecía más de una noche.
Algunos antiguos empleados y amigos cercanos afirmaron que la Tigresa practicaba un tipo de brujería mucho más antigua y oscura que la comúnmente conocida, algo que incluso los brujos evitaban.
Una actriz que prefirió el anonimato declaró que lo que hacía Irma no era brujería tradicional, sino algo más profundo y siniestro, un misterio que escapa a la comprensión común.
¿Fue real lo que vivió Jorge Luke? ¿Era realmente una manifestación del mismísimo demonio lo que apareció esa noche? La historia, aunque escalofriante, forma parte del folclore urbano del espectáculo mexicano y refleja la fascinación por lo oculto que ha rodeado a Irma Serrano durante décadas.
Lo cierto es que para Jorge Luke aquella noche fue una experiencia traumática que marcó su vida y su carrera, y que todavía hoy despierta curiosidad y temor entre quienes conocen la historia.
La historia de Jorge Luke en la casa de Irma Serrano es un relato que combina misterio, terror y leyenda, mostrando una faceta poco conocida de dos figuras emblemáticas del cine y la cultura mexicana.
Más allá de la veracidad de los hechos, esta experiencia nos recuerda cómo el miedo puede surgir en los momentos más inesperados, incluso para quienes parecen invencibles.
Irma Serrano, con su aura enigmática y sus secretos, sigue siendo una figura que inspira tanto admiración como temor, mientras que Jorge Luke es testimonio vivo de que, a veces, la realidad puede ser más aterradora que la ficción.
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