¡El silencio que grita! La tragedia oculta tras la desaparición de Valeria Afanador: ¿Negligencia o conspiración? “¿Quién vigila a los vigilantes?”
El 12 de agosto, una mañana que parecía común en el colegio Gimnasio Los Laureles de Cajicá, se convirtió en el inicio de una tragedia que estremeció a toda Colombia.
Valeria Afanador, una niña de 10 años, fue vista por última vez en la institución educativa ese día.
Su cuerpo fue encontrado 18 días después en el río Frío, un hallazgo que abrió un abismo de interrogantes y dolor.
La Fiscalía, en su incansable labor, ha comenzado a reconstruir el minuto a minuto de ese día fatídico.
Para ello, ha recopilado y analizado las declaraciones de los docentes que acompañaron a Valeria durante su jornada escolar, piezas clave para entender qué ocurrió y, sobre todo, para determinar si hubo negligencia o algo más siniestro detrás de su desaparición.
Según los testimonios, la jornada comenzó normalmente.
Valeria ingresó al colegio a las 7 de la mañana y asistió a su clase de matemáticas desde las 7:30 hasta las 8:50.
Durante esa clase, salió brevemente para mostrar a una profesora lo que había anotado en su agenda, un gesto inocente que contrasta con el horror que vendría después.
Luego, permaneció en clase con esa misma profesora hasta las 10:05.
La hora de descanso, ese momento esperado por todos los niños, fue el último instante en que alguien vio a Valeria con vida.
Una docente relató que Valeria salió corriendo del salón para ir a buscar un balón al salón de deportes, una acción habitual para ella, pues disfrutaba jugar con balones durante el receso.
Pero esta vez, algo cambió.
Valeria no regresó a clase.
El descanso terminó a las 10:35, pero Valeria no volvió a ingresar al salón.
Su ausencia comenzó a ser notoria cuando sus compañeros alertaron a los profesores.
La búsqueda inicial fue tímida, pero a las 11:14, más de una hora después de que desapareciera, los docentes comenzaron a comunicarse entre ellos por medio de mensajes, preguntando si alguien había visto a la niña.
El desconcierto crecía.
Valeria no apareció en ningún lugar habitual: no estaba en la cancha, ni en el salón de música, ni en los edificios del colegio.
A las 12 del mediodía, la alarma de evacuación sonó en la institución, y fue entonces cuando la búsqueda se intensificó.
Estudiantes y profesores comenzaron a buscarla frenéticamente.
A las 12:50, la madre de Valeria fue contactada para informarle sobre la desaparición de su hija.
La angustia se convirtió en desesperación.
Poco después, alrededor de las dos de la tarde, se notificó la presencia de bomberos en el río que colinda con el colegio.
Las cámaras de seguridad fueron revisadas, y las imágenes entregadas a la policía para esclarecer qué había ocurrido.
En medio de este drama, el abogado de la familia de Valeria no ha dudado en señalar con firmeza a los directivos del colegio.
Ha solicitado a la Fiscalía que se imputen responsabilidades penales a la rectora y a otros profesores, argumentando que hubo profundas omisiones que derivaron en la tragedia.
“No podemos permitir que la negligencia quede impune”, afirmó con contundencia.
Por su parte, la institución educativa respondió que existen estructuras organizacionales claras y responsabilidades definidas para los docentes en los espacios de descanso y vigilancia de los estudiantes.
Según ellos, estas responsabilidades han sido entregadas a las autoridades, insinuando que han cooperado plenamente con la investigación.
Mientras tanto, el CTI de la Fiscalía prepara una restauración de los hechos para cotejar la cronología y el lugar exacto donde desapareció Valeria.
Además, se espera con gran expectativa el dictamen de medicina legal que analizará si hay ADN ajeno al cuerpo de la menor, un indicio que podría apuntar a la participación de terceros en su desaparición y muerte.
Este caso ha sacudido la conciencia colectiva y ha puesto en el ojo del huracán la seguridad en los colegios.
¿Cómo es posible que una niña desaparezca en un espacio donde debería estar protegida?
¿Qué falló en la cadena de cuidado y vigilancia?
La respuesta a estas preguntas podría cambiar la forma en que se entienden las responsabilidades en las instituciones educativas.
Los testimonios de los profesores, lejos de ser simples relatos, son piezas fundamentales para reconstruir la verdad.
Cada detalle, cada minuto, cada acción o inacción, forman parte de un rompecabezas que la justicia debe armar con precisión para que no quede ninguna duda sobre lo ocurrido.
La comunidad exige respuestas claras y justicia para Valeria.
El eco de su ausencia resuena en cada rincón del colegio y en el corazón de quienes la conocieron.
La tragedia de esta niña no puede convertirse en un caso más archivado sin culpables.
En el trasfondo, surgen preguntas incómodas: ¿Hubo negligencia deliberada?
¿Se encubrió algo?
¿Qué papel jugaron los adultos responsables?
La fiscalía avanza, pero la sociedad observa con ojos críticos y una paciencia que se agota.
Este caso no solo es el relato de una desaparición y muerte; es un llamado urgente a revisar y fortalecer los protocolos de seguridad en las escuelas, a exigir transparencia y a proteger a los más vulnerables.
Mientras la justicia sigue su curso, queda una certeza dolorosa: Valeria Afanador ya no está, pero su historia debe servir para que ninguna otra familia sufra un destino similar.
La reconstrucción de los hechos, los testimonios, las investigaciones forenses y las decisiones legales marcarán el camino para que la verdad salga a la luz.
Pero más allá de eso, el clamor es uno solo: que se haga justicia y que la memoria de Valeria sea un faro que evite futuras tragedias.
Porque en este drama, la pregunta final no es solo quién perdió a Valeria, sino quién permitirá que algo así vuelva a suceder.
Y esa responsabilidad, irónicamente, recae en quienes deberían haberla protegido desde el principio.